Intuye su figura a lo lejos.
Tirado boca abajo con la panza pegada a la arena gris del montículo
más alto de los que adornan la llanura.
Dobladas las rodillas, quedan sus pies jugueteando sobre sus piernas que los mantienen en alto cual pequeños pilares. Entrecierra los ojos en un gesto inútil para asegurarse de que se trata de él, y a pesar de haberlo visto con menor claridad se lanza en su búsqueda dando saltitos despreocupados. Primero una pierna, luego la otra, ahora a la pata coja…
avanza alegre dejando un curioso rastro a su paso sobre el polvoriento suelo color humo que se para a observar orgulloso de tanto en tanto.
A medida que se acerca a su amigo, se percata de que este sostiene un curioso cachivache entre sus manos. Tiene pegado el lado menor del aparato a su ojo izquierdo manteniendo el otro cerrado, encontrándose totalmente absorto en la acción que realiza.
— ¿Qué haces? — Le espeta, a modo de saludo, sin preludio alguno al llegar a su altura. Martín da un respingo y retira inmediatamente el aparato de su rostro.
— ¡Aarón! ¡Que susto me has dado! — Dice sonriendo al tiempo que se rasca la parte posterior de la cabeza — No pensaba verte hoy por aquí. Creí que estabas castigado.
— Pedro me levantó el castigo. Tras disculparme y suplicarle durante un buen rato que me dejara salir. Tuve que prometerle que no volvería a molestar a los ángeles.
— Estaban tan graciosos con todos esos colorines en sus alas.
Estallan los dos en carcajadas. Martín se incorpora quedando sentado sobre su trasero y Aarón se sienta a su lado sobre el borde del montículo, colgándoles a ambos los pies en el aire.
— Me costó muchísimo encontrarte. ¿Qué haces tan lejos?
— Solo miraba.
— ¿Mirabas? — responde extrañado —. ¿El qué? Aquí no hay nada interesante que mirar.
— Con esto si — dice Martín orgulloso colocando a la altura de los ojos de su amigo un aparato muy extraño que este no había visto nunca con anterioridad.
— ¿Qué es?