22 may 2016

DESDE LA LUNA

Intuye su figura a lo lejos.



Tirado boca abajo con la panza pegada a la arena gris del montículo 
más alto de los que adornan la llanura. 

Dobladas las rodillas, quedan sus pies jugueteando sobre sus piernas que los mantienen en alto cual pequeños pilares. Entrecierra los ojos en un gesto inútil para asegurarse de que se trata de él, y a pesar de haberlo visto con menor claridad se lanza en su búsqueda dando saltitos despreocupados. Primero una pierna, luego la otra, ahora a la pata coja… 





avanza alegre dejando un curioso rastro a su paso sobre el polvoriento suelo color humo que se para a observar orgulloso de tanto en tanto. 

A medida que se acerca a su amigo, se percata de que este sostiene un curioso cachivache entre sus manos. Tiene pegado el lado menor del aparato a su ojo izquierdo manteniendo el otro cerrado, encontrándose totalmente absorto en la acción que realiza.

— ¿Qué haces? — Le espeta, a modo de saludo, sin preludio alguno al llegar a su altura. Martín da un respingo y retira inmediatamente el aparato de su rostro.
— ¡Aarón! ¡Que susto me has dado! — Dice sonriendo al tiempo que se rasca la parte posterior de la cabeza — No pensaba verte hoy por aquí. Creí que estabas castigado.
— Pedro me levantó el castigo. Tras disculparme y suplicarle durante un buen rato que me dejara salir. Tuve que prometerle que no volvería a molestar a los ángeles. 
— Estaban tan graciosos con todos esos colorines en sus alas.

Estallan los dos en carcajadas. Martín se incorpora quedando sentado sobre su trasero y Aarón se sienta a su lado sobre el borde del montículo, colgándoles a ambos los pies en el aire. 

— Me costó muchísimo encontrarte. ¿Qué haces tan lejos?
— Solo miraba. 
— ¿Mirabas? — responde extrañado —. ¿El qué? Aquí no hay nada interesante que mirar. 
— Con esto si — dice Martín orgulloso colocando a la altura de los ojos de su amigo un aparato muy extraño que este no había visto nunca con anterioridad. 
— ¿Qué es?

15 may 2016

TE AÑORO - Micro Relato

«Es como sale mejor. Hazlo de esta forma. Así no, así. ¿Ves?. No lo haces bien. Debes hacerlo así. Si no me haces caso nunca aprenderás...» Tu murmullo constante de desaprobación perseguía con ahínco cada una de las acciones que se desarrollaba, monótonas e insulsas, desbordadas por el hastío que generaba tu reverberación.


Ahora, el anhelo llora incesante,
por no quedar más de ti que los susurros de esa voz en mi memoria.

6 may 2016

LA NONNA

Ha dejado a un lado los lápices que estaba usando para colorear el libro de dibujos que ella le había comprado aquella misma mañana. Sentado sobre sus rodillas con los codos apoyados en la mesa y sus pequeñas manitas a lado y lado de la cara, lleva un rato observándola sin que ella se haya dado cuenta, aparentemente. 

—¿Ya acabaste el dibujo? —dice sin levantar la vista de las puntadas que va haciendo laboriosamente para afianzar el botón.

Echa una mirada fugaz a la página a medio pintar algo avergonzado, coge el color verde y lo acerca dubitativo al papel. Pero antes de seguir con la tarea vuelve a levantar la cabeza para mirarla fijamente de nuevo. 

Ella, sintiendo su mirada escrutadora, apoya finalmente la camisa sobre sus piernas y lo mira por encima de las gafas situadas estratégicamente muy cerca de la punta de la nariz. 

—¿Necesitas algo? 
—No
—¿Qué es lo que te pasa entonces? ¿Se puede saber qué miras con tanto detenimiento?
—A ti. 
—¿Y qué hay de diferente en mi hoy que te tiene tan entretenido?
—Esas rayas….
—¿Rayas?
—Sí —espeta con el dedito apuntándola —, las que tienes en la cara. 

Ella, por inercia, se toca el rostro en busca de las misteriosas rayas. Al pasar la yema de sus dedos por encima de la piel se da cuenta enseguida a que se refiere el pequeño y le es imposible reprimir una sonrisa. 

—¿Esto? —le dice con el índice apoyado sobre la frente. 
Gesto al que niño responde moviendo la cabeza arriba y abajo. 

—Son arrugas.

—¿Y porque tienes arrugas en la cara?
—Porque he vivido muchos años.
—Entonces….¿las arrugas salen cuando te haces viejo?
—Eso es —responde riendo y reanuda su labor al quedar nuevamente los dos en silencio. Aunque el niño, sin dejar de mirarla, le da tregua solo unos segundos.
—Yo no quiero hacerme viejo.
—¿Ah no? ¿Y porque?
—Porque no quiero tener arrugas.

Entonces la mujer suelta una fuerte carcajada.