8 dic 2015

EL LÁPIZ MÁGICO

Iba a ser la última vez que lo hacía.



Resultaba evidente, era tan pequeño que las puntas de mis dedos rozaban el sacapuntas cuando lo apretaban para conseguir que no se resbalara de entre ellos al girarlo.

Pero además de eso, sabía perfectamente que había llegado el momento de dejar de usarlo. Las cosas empezaban a ponerse peligrosas y lo que menos me apetecía era acabar encerrada, o aún peor, muerta.

Por fin lo saqué del aparatito con mucho cuidado, lo último que quería era que la punta se partiera, todavía tenía que disfrutar de él una vez más. 



Lo icé con tres dedos hasta la altura de mis ojos y fijé la vista en ese trozo de grafito de color negro reluciente perfectamente afilado. 

¿En qué iba a gastar esa última oportunidad?


Debía ser algo que realmente valiese la pena, no podía desaprovechar tan valioso recurso para cualquier gilipollez. ¡Mierda! ¿Cómo había llegado a utilizarlo tantas veces para tantísimas tonterías? Como aquella vez que me ayudó a colarme en la cocina de un restaurante de lujo y escupí en cada una de las ollas. Todavía sonrío al recordarlo. Quizás no fuera un desperdicio después de todo.

¡Dios, había disfrutado tanto con aquel trozo de madera! Vale, perdón, eso ha sonado raro. Pero no deja de ser cierto. Al dibujar cualquier forma geométrica cerrada sobre cualquier superficie, incluso en superficies líquidas, la figura desaparecía ante ti dejando un hueco perfecto por el que poder cruzar.
Hasta entonces había perforado paredes, puertas (cerradas con llave obviamente, soy rubia, pero no tan tonta) cajas metálicas, cámaras acorazadas, y hasta el mar. Tenía todo lo que siempre había deseado e incluso aquello que ni tan siquiera había llegado a imaginar, bolsos, zapatos, ropa, arte, libros, aparatos electrónicos, un barco.... Había conseguido hacer tantas cosas… Entrar en los mejores museos para disfrutarlos en soledad, dormir en los mejores hoteles, viajar en jets privados, esconderme en lugares algo más que inusuales y hasta colarme en algunos de los vestuarios masculinos de los clubs deportivos más carismáticos del momento, football, natación, waterpolo... nada desperdiciable, ¡os lo aseguro!




Luego me aburrí. Si, ya lo sé, suena excéntrico. ¿Puede alguien hastiarse de tener todo aquello que desea en el momento en que decide soñar con ello? 

Pues sí, puede. Y me dio por la aventura. Empecé a colarme en sitios cada vez más extraños, más lúgubres y sobre todo más peligrosos. Clubs privados, locales usados por sectas, clubs nocturnos dónde se desarrollaban las actividades más lujuriosas y turbias que se os pasen por la cabeza, despachos de altos cargos, salones de juego, habitaciones de mafiosos y capos del cartel y la droga…

Debía agradecerle también haberme salvado la vida en más de una ocasión. No habían sido ni una ni dos las veces que había tenido que salir huyendo despavorida mientras el silbido de las balas zumbaba mis oídos.

Iba a ser difícil superar todo aquello. Necesitaba tiempo, tiempo para pensar, tiempo para imaginar que era lo que pudiera hacerme total y desorbitadamente feliz. Algo inimaginable, inalcanzable, inaudito, extraordinario, y absolutamente genial. 

Y de repente llegó la idea más maravillosa y espectacular de todos los tiempos. ¡Era perfecta! Más que perfecta, ¡era sublime!



Me levanté de la mesa de un salto mostrando una grandiosa sonrisa de excitación, pagué el té y salí del bar con el lápiz todavía en la palma de mi mano. 

Ya en la calle me puse la chaqueta y llevé el puño cerrado hacía el bolsillo trasero del pantalón dejando deslizarse suavemente el pequeño objeto. Pero este no se introdujo en el interior de mi bolsillo sino que se escurrió hasta el suelo, rodó por la acera y finalmente cayó en una alcantarilla fluyendo entre agua pestilente hacía un destino incierto.





Llevándose con él mi última gran ilusión.

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