Ha dejado a un lado los lápices que estaba usando para colorear el libro de dibujos que ella le había comprado aquella misma mañana. Sentado sobre sus rodillas con los codos apoyados en la mesa y sus pequeñas manitas a lado y lado de la cara, lleva un rato observándola sin que ella se haya dado cuenta, aparentemente.
—¿Ya acabaste el dibujo? —dice sin levantar la vista de las puntadas que va haciendo laboriosamente para afianzar el botón.
Echa una mirada fugaz a la página a medio pintar algo avergonzado, coge el color verde y lo acerca dubitativo al papel. Pero antes de seguir con la tarea vuelve a levantar la cabeza para mirarla fijamente de nuevo.
Ella, sintiendo su mirada escrutadora, apoya finalmente la camisa sobre sus piernas y lo mira por encima de las gafas situadas estratégicamente muy cerca de la punta de la nariz.
—¿Necesitas algo?
—No
—¿Qué es lo que te pasa entonces? ¿Se puede saber qué miras con tanto detenimiento?
—A ti.
—¿Y qué hay de diferente en mi hoy que te tiene tan entretenido?
—Esas rayas….
—¿Rayas?
—Sí —espeta con el dedito apuntándola —, las que tienes en la cara.
Ella, por inercia, se toca el rostro en busca de las misteriosas rayas. Al pasar la yema de sus dedos por encima de la piel se da cuenta enseguida a que se refiere el pequeño y le es imposible reprimir una sonrisa.
—¿Esto? —le dice con el índice apoyado sobre la frente.
Gesto al que niño responde moviendo la cabeza arriba y abajo.
—Son arrugas.
—¿Y porque tienes arrugas en la cara?
—Porque he vivido muchos años.
—Entonces….¿las arrugas salen cuando te haces viejo?
—Eso es —responde riendo y reanuda su labor al quedar nuevamente los dos en silencio. Aunque el niño, sin dejar de mirarla, le da tregua solo unos segundos.
—Yo no quiero hacerme viejo.
—¿Ah no? ¿Y porque?
—Porque no quiero tener arrugas.
Entonces la mujer suelta una fuerte carcajada.