25 oct 2016

TC

Todos los días igual. Salir del trabajo. Pedir la misma comida al chico simpático que te pregunta día tras día que quieres hoy. Pagar. Cinco minutos de espera a que salga el pedido. Comer sola y con prisa. Hacer ver que lees el diario mientras intentas seguir las conversaciones que se desarrollan en las mesas de alrededor. Suspirar. 




Recoger las sobras y dejar la bandeja donde corresponde. 

Salir diciéndole adiós al camarero con un golpe de cabeza discreto. Volver cabizbaja al trabajo. Sentirse desgraciada. Y eso es todo. 

Hasta que un día, así de repente y sin previo aviso, todo cambia. 
Aquel mediodía se sentía más desdichada de lo habitual. Mientras esperaba la comida se quedó embobada mirando la frase escrita sobre el tablero de la barra: 


“Si solo te falta tu piadina →”. 

«Que graciosos, “si solo te falta tu piadina, dicen.” No, no solo me falta mi piadina, es obvio. Estoy sola, ¿es que no me veis? ¿Tan invisible soy? ¿Qué debo hacer entonces? ¿Quedarme aquí a esperar que llegue algo o alguien que llene este vacío? Es todo tan…»

—Parece que hay algo muy interesante ahí.
— ¿Perdón?— levantó la cabeza encontrándose con el camarero tras la barra alargándole la bandeja con su pedido ya listo. — No tengo un buen día. 
— Vaya. Tal vez sea un tópico pero solo tú puedes hacer que eso cambie. Quizás encontrarás un motivo para sonreír. — dijo y acabó guiñándole un ojo. 

Ella le miró incrédula y asintió haciendo una mueca que intentaba parecerse a una sonrisa, se dio la vuelta ya con la bandeja en las manos y se dirigió hacia las mesas. Escogió una y se sentó a comer. 

Mientras degustaba su piadina con desgana se quedó mirando uno de los marcos que decoraban las paredes del restaurante. Sobre cada una de las mesas altas había un marco de madera atravesado por unas cuerdas de donde colgaban con pinzas diferentes imágenes e incluso notas que habían ido dejando los visitantes de aquel lugar. 



Empezó a leerlas con aburrimiento hasta que llegó a una que llamó su atención. 

Sobre una servilleta del restaurante había escrito en bonitas letras negras: 

“¿Qué tal por ahí? TC”

No es que la frase fuera demasiado original, pero le pareció curioso que alguien pudiera estar interesado en cómo estaba un completo desconocido, así que, decidió responder. Cogió otra servilleta, sacó un bolígrafo del bolso y escribió: 

“Podría estar mejor. ¿Y tú? PR”

Cambió las servilletas y se guardó la primera en un acto reflejo. Acabo de comer y volvió al trabajo. 

Al día siguiente regresó de nuevo al restaurante. 


Pidió exactamente lo mismo que el resto de días y volvió a sentarse en la misma mesa que el día anterior. 

Para su sorpresa la nota había sido substituida por otra que decía así: 

“Vamos a solucionarlo. Dime una cosa que te haga feliz. TC”

No podía creerlo. 
¿Había empezado a hablar con alguien a través de unas servilletas colgadas en la pared? Aquello era surrealista, pero le hacía gracia. Así que respondió. 

Un día más tarde, el desconocido, nuevamente, había respondido a su nota, y así, día tras día intercambiaban servilletas manteniendo algo parecido a una conversación. A medida que el tiempo transcurría, sus frases eran más extensas y personales, hasta que llegaron a convertirse casi en cartas. Su vida había empezado a girar entorno a aquellas letras. Solo deseaba el momento de llegar nuevamente al restaurante para encontrar noticias suyas, y pasaba las horas muertas releyendo aquellos papeles una y otra vez intentando imaginar cómo sería aquel extraño que le resultaba tan familiar. 

Tenía la impresión de que su vida colgaba de aquellas cuerdas cómo lo hacían las notas en el restaurante. 

Pasaron meses hasta que un día, en vez de una carta, una especie de cartulina gruesa dónde podía leerse: 

“Ya he tenido suficiente”

Se asustó, creyó que era el fin. En realidad aquello no tenía ningún sentido, era perfectamente consciente, pero sentía un miedo terrible. Toda esa historia, por ridícula que pareciese la llenaba de ilusión, de emoción, de vida. No podía perderlo de ninguna de las maneras. Con manos temblorosas giró la cartulina, y descubrió sorprendida una fotografía de un hombre de espaldas. En la parte inferior decía: 

“Necesito que me conozcas. ¿Te apetece? TC” 

Esas palabras la dejaron aún más aterrorizada. ¿Conocerse? Pero y ¿si no le gustaba? o peor, ¿Y si a él no le gustaba ella? Quizás se había generado unas expectativas desmesuradas. Después de darle algunas vueltas, sacó el bolígrafo del bolso y anotó en una servilleta: 

“SI. PR”.

La suerte estaba echada. 

Aquella noche no durmió. No sabía qué pensar o qué sentir. No paraba de darle vueltas a la cabeza. ¿Y si no era su tipo? ¿O si estaba loco? ¿Dios mío, y si era un violador, o un asesino? ¿Y si ella no le gustaba? ¿Y si le resultaba repulsiva y salía corriendo? ¿Y si la veía de lejos y ni tan siquiera se presentaba? Iba a quedar como una idiota. 


¿Iban realmente aquellas notas a presentarle al amor de su vida? 

¿Y cuándo iba a verle? ¿Cómo iba a saber si era él? No le había dejado ni fecha, ni hora, ni ninguna otra información sobre su encuentro. ¿Encontraría una nueva nota con más detalles mañana? No sabéis lo larga que puede resultar la noche…

Cuando por fin sonó la alarma de la hora de la comida estaba tan nerviosa que tenía ganas hasta de vomitar. Fue hacia el restaurante. Le pidió la comida al camarero, la pagó, esperó a que se la entregara, le sonrió inquieta y se dirigió temerosa muy lentamente hacía su mesa. 

Se quedó atónita. En el marco de siempre, no había nada. Nada en absoluto. 
Ninguna nota, ninguna fotografía, solo un vacío inmenso. 

El mismo que sintió llenando todo su ser. Allí, de pie mirando al marco, totalmente inmóvil, luchó por contener las lágrimas. « ¿Se había arrepentido? ¿Que había hecho mal? ¿Quizás…» 

Todavía inmersa en sus pensamientos notó como una mano se apoyaba en su hombro. Se giró de inmediato encontrando en frente al camarero simpático tendiéndole una servilleta. 

La cogió y al desplegarla pudo leer: 

“Aquí estoy. Tu Camarero”

Levantó rápidamente la cabeza para mirarle a los ojos y lo descubrió allí, frente a ella, sonriendo como cada mediodía y no pudo hacer otra cosa más que robarle un beso. 



2 comentarios:

  1. Oh! Me ha encandilado esta historia. Real o imaginaria, es preciosa. Muchas gracias por compartir este rato tan agradable.
    Me ha parecido muy curiosa la forma de comunicarse. Aunque ya el guiño inicial del camarero me dió una pista, así que no me sorprendió mucho quién fue TC. Aunque, genial igualmente! :)
    Sigue escribiendo, Laia!

    Un saludo, Yulia.

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    Respuestas
    1. Muchas gracias Yulia, me alegra mucho que te gustase!

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