8 oct 2016

LA TORMENTA





El reluciente azul del cielo la inunda de tranquilidad. 

La suave brisa juega traviesa con sus cabellos, mientras los rayos de sol acarician sus mejillas y las hacen enrojecer dándoles un aspecto cálido y hermoso. 
Presiente que la tarde se llevará el buen tiempo y la calma. El ambiente se turba cuando él llega a casa. 





Los árboles cambian rápidamente de color, se mueren las flores y se apaga el canto de los grillos. 

Tras el portazo las hojas secas empiezan a caer al paso de las fuertes ráfagas de viento. Le ofrece una atenta bienvenida pisando cuidadosa las hojas secas que se asientan a sus pies. 





Intenta evitar que el crujido le moleste y se encienda la chispa que origine la tormenta. 


Pero no puede impedir lo inevitable. El otoño siempre acaba en un frío y duro invierno. 

Se levanta un aire congelado que le hiela la piel y, se empiezan a oír los truenos, lejanos al principio, pero cada vez más cercanos, más seguidos, más aterradores. 
Nerviosa, intenta calentar el ambiente con palabras serenas sopladas con aliento cálido, pero colmado de fragilidad, demasiado débil para luchar con la intensa luz de los relámpagos. El fulgor la enciega y a tientas, cualquier movimiento es torpe e inútil. Se pierde en la oscuridad resultado de las nubes negras que reinan ya en la inmensidad del cielo. 
Sin previo aviso, empieza la tempestad. Destructora, la tromba cae sobre sí sin piedad, sin tregua, robándole el aliento, calándole los huesos. 



Intenta resguardarse pero no existe dónde esconderse, su cuerpo y su alma quedan completamente a la intemperie. 

Desamparada, recibe las gruesas gotas de lluvia que golpean fuertemente con los puños y las palabras. Siente cada una de las piedras sobre la piel, intensas punzadas llegan hasta los huesos, el ruido ensordece sus oídos, retumban los truenos dentro de su cabeza y hieren al corazón. 

Todo el poder de la naturaleza se ensaña con su cuerpo, imposible de apaciguar. 



Una naturaleza tan distinta a la que la cautivó, tan diferente a la que le hacía reír mientras nadaba en las aguas frescas de sus ríos, de la que estaba locamente enamorada, se gira ahora en su contra y la destruye lentamente y sin piedad. 

Por suerte tras la tormenta siempre llega la calma. Finalmente amaina, las nubes grises se retiran lento y aparece el arco iris, en todo su esplendor. 



Ese arco iris traidor y mentiroso tintado de hermosos colores que intenta seducirla hasta que regrese la tormenta. 




Y lo consigue. 

Lo logra, porque el aire se vuelve cálido de nuevo con suaves palabras susurradas al oído, y se siente segura con el sol todo poderoso calentándola entre sus brazos desde lo más alto del cielo azul. 



Los campos verdes le regalan hermosas flores que tratan de ocultar los destrozos que originó el aguacero. 

Marcas evidentes y otras imposibles de detectar a simple vista, mucho más profundas, mucho más dolorosas. 



Es entonces cuando observa su reflejo sobre el agua calmada del río y piensa si merece la pena continuar a la intemperie, desprotegida y sola, únicamente para conseguir algunos ligeros rayos de sol. 

Desconoce la respuesta, las dudas giran en su cabeza movidas por remolinos traviesos que las mueven arriba y abajo, hacia delante y hacia atrás, vienen y van, suben y bajan. 



Tendrá que esperar a la siguiente tempestad para decidir si ya ha sido suficiente.

2 comentarios:

  1. Nena, te felicito por este relato, tal cual lo representas, así es...

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    1. Lamentablemente si...ojala todos pudiéramos vivir en un verano eterno...¡Gracias bonita!

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