23 abr 2016

SANTA GEORGINA Y EL DRAGÓN

¡Un dragón! ¿Había que cazar un dragón? Si yo cuando me encontraba una arañita, una hormiguita, una cucarachita o cualquier otro bichito encantador en casa, lo sacaba usando una hoja de papel porque me daba pena aplastarlos, pobrecillos. Pero si dejé de comer carne y beber leche después de ver vídeos de granjas y animalitos maltratados publicados a ese efecto en YouTube. Y ahora había que buscar, atrapar y MATAR a un dragón! ¡Ai diosito! ¿Pero cómo iba a poder ser eso? Dentro de aquel cubículo frente a un inodoro al que era aconsejable no acercarse en demasía, daba vueltas una y otra vez a todo lo acontecido esos días para intentar averiguar cómo demonios había acabado yo allí. Y cuantas más vueltas le daba, más claro lo veía. Estaba allí por amor. ¡Por amor! Si, si, por amor. Y los que me conocen bien saben que ese es el sin sentido más grande de toda esta historia. ¿Pero cómo iba a estar yo allí por amor? Si todavía recuerdo el sonido de mis carcajadas sobresaliendo entre los sollozos del público acongojado durante el final de Titanic. ¡Si soy la persona menos enamoradiza que hay encima de la faz de la tierra! Pero si soy todo cabeza y pies, ambos pegados al suelo. Pues sí, todos mis valores se acaban de ir al traste al aventurarme sin tan siquiera pensarlo a aceptar aquella condición sine qua non, por algo que acaba de empezar y que era poco probable, dados mis antecedentes, que durase mucho tiempo. Aunque en el fondo de mi frío corazoncito sabía que aquello era diferente. En efecto, aquello era amor. ¡Mierda, mierda, mierda… era amor

!Está bien, recapitulemos, igual así consigo entender porque me he metido en este lío y cómo puedo salir de él. 









Todo empezó unos días atrás, cuando aburridos de regatear hasta por un té, mis amigos y yo, decidimos hacer una excursión al desierto del Sahara. 


Una vez allí, conocimos a Amir, nuestro guía, y el responsable ahora de todos mis males. 

“Amir Hassan”, que para los que no lo sepáis, significa en árabe “príncipe muy bello”, y así era, un atractivo califa bereber de ojos castaños y piel morena, escanciador de sonrisas anti hipo.






En más de una ocasión le hubiera arrancado ese turbante azul Sahara para ponérmelo por montera tras una buena corrida, literalmente. Pero no, eso no viene a cuento ahora.









En realidad, la cuestión es que tras unos días de ruta llegamos a un pueblecito muy lindo, uno de esos que ellos llaman Kasbash. 

Lo catalogan así por el tipo de configuración de la muralla y los edificios, o algo así, mirando esos ojos castaños no conseguía concentrarme en la explicación.



A mí me parecieron un montón de pequeñas construcciones de arcilla y paja amontonadas incoherentemente sobre un barullo de estrechas calles angostas.




Muy bonito, porque era diferente y llamativo, pero yo ni muerta, me quedaba a vivir allí. 

Pues bien, resultó ser que ese sitio tan pintoresco y extraño para mí, era el hogar de Amir, que había nacido allí, vamos. Cuando llegamos se montó un lío tremendo.


De los pequeños edificios empezaron a salir personas saludándonos efusivamente a nosotros e increpando a Amir al mismo tiempo, sin que consiguiésemos comprender muy bien porque. 

Finalmente conseguí entender, mediante las traducciones simultáneas de Amir entre el griterío de todo esa gente, que parecían ser sus familiares y amigos, que debía ir a cazar. Para nosotros. Después de todo se trataba de sus invitados, y por cortesía debía ofrecer el mejor de los manjares a sus huéspedes. El cual, era nada más ni nada menos que un dragón. Tiene narices que fuera el príncipe quien quisiera comerse al dragón y no al contrario. Asimismo, era imprescindible que fuera uno muy específico, un ejemplar de tamaño determinado y color amarillo chillón.




Aunque me da a mí que eso más que por su sabor, era porque a la familia le cuadraba ese color con la decoración del hogar, porque parece ser, que además de devorarlo, una vez vacío, lo rellenaban de algodón y lo colgaban de una de aquellas paredes de barro a modo de espanta insectos.

En fin, que yo solo de pensar en cómo aquel pobre animalito iba a ser capturado, abierto en canal, desparramados sus órganos vitales y expuesto cual cuadro en una pared, tras haberme visto obligada a tragar su deliciosa carne, solo me venían ganas de vomitar. Así que cuando Amir dijo que nos dejaba la tarde libre para así tener tiempo de ir a buscar la cena me lancé al vacío y dije que iba con él, haciendo hincapié en lo interesadísima que estaba en ser yo misma quien diera caza al pobre bicho.

Mis amigos, que conocían perfectamente mi vegetarianismo, no paraban de darse golpecitos de codo y lanzar miraditas y sonrisitas estúpidas creyendo que lo que en realidad deseaba era irme a solas con él. No podían estar más equivocados, lo juro.



Y allí que nos fuimos los dos, solos, a lomos de sendos camellos atravesando dunas bajo el sol traicionero del desierto. (Uix, que bonito me ha sonado esto. Sigo….)





Nos desplazamos por el interior del valle del Draa, donde los extensos páramos se veían, de repente y sin explicación aparente alguna, salpicados por pequeñas agrupaciones de palmeras y ostentosa vegetación.






Resultaba casi mágico que aquellos oasis aparecieran en medio de una nada interminable.

Aunque no puedo decir que disfrutara enormemente del viaje, el paisaje era espectacular, cierto, y a muchos les puede resultar cautivador el movimiento en vaivén de los dromedarios, pero aquella horrible montura me estaba dejando el trasero destrozado.





Por fin llegamos a una zona árida donde algunas zonas rocosas aparecían en medio de aquel mar de arena.






Bajamos de los dromedarios y al tiempo que Amir empezó el ritual para proceder a la captura del animalito yo comencé a bailar una danza secreta tras sus pasos para intentar espantar a cualquier criatura viviente, y acabamos moviéndonos al unísono en modo canon, él delante y yo siguiéndole desesperada

El problema residía, básicamente, en que era mucho mejor que yo, él era autóctono, demonios, se conocía aquello a la perfección. Me resultaba imposible seguirle el ritmo y acabé dando vueltas como una peonza tras sus rápidos pasos, evocada a un final ineludible. Atrapamos al dragón. Bueno, técnicamente lo atrapó él. Estoy feliz de poder lavarme las manos en ese asunto. Aunque yo lo saqué de la trampa, y una vez lo tuve entre mis manos, tan inocente e inofensivo, quede locamente enamorada de aquel bichito adorable. Momento preciso en que empecé a caer en picado hacía dónde me encuentro ahora mismo encerrada, sólo por amor a ese pequeño animalito.





Que por cierto, más que un dragón era un lagarto grande. Tenía que salvarlo, como fuera y a cualquier precio. ¿Pero cómo?







Emprendimos la vuelta, por fin, a lomos nuevamente de los “comodísimos” dromedarios.





El sol empezaba a caer.

Hasta entonces no me había percatado del tiempo que llevábamos fuera, ni de que mi vejiga, repleta de litros de té y mecida por el traqueteo constante del transporte, estaba a punto de estallar. Así que le pedí a Amir parar unos segundos en algún pueblo dónde poder utilizar un servicio, y en ese preciso instante tuve la brillante idea de coger al dragón y encerrarme en el baño, dispuesta a no salir de allí hasta tener algún plan que me ayudara a salvarlo.

Y aquí estoy, dando vueltas una y otra vez a esta cabezota y esperando que la inspiración me asalte antes de...

— ¿Georgina estás ahí? — Se oía su voz mientras aporreaba la puerta.— ¿Estas bien? Oeoooo ¿Gina?
— No voy a salir.
— ¿Cómo?
— Que no voy a salir.
— ¿Pero qué te pasa? ¿Te encuentras mal?
— No, no quiero salir. No voy a hacerlo. No hasta que desistáis de matar a Dragui.
— ¿Que dices? ¿Quién es Dragui?
— El dragoncito, Dragui, mi dragón.... No vais a coméroslo. No vais a hacerlo. ¡ Tendrás que pasas sobre mi cadáver!

Me pareció oír una carcajada tras la puerta.

— ¿Le has puesto nombre? — Carcajada de nuevo.
— Venga, sal.
— No podéis coméroslo, tenéis que dejarlo vivir. Merece seguir viviendo. Es una criatura de dios,....bueno….de Alá...mmmm, de la naturaleza…. no voy a dejar que lo matéis. ¿Me oyes? — es cierto, me estoy poniendo un poco melodramática.
— Sal anda. No lo voy a matar.
— No me fío.
— Sal — dice paciente — pero si yo tampoco quiero matarlo.
— ¿Cómo? — empiezo a abrir la puerta muy lentamente dejándola entrecerrada a modo de barrera entre ambos.
— Yo tampoco quiero. De hecho, me fue perfecto que me pidieras parar antes de llegar a casa. Iba a aprovechar para que algún amigo lo matara por mí.
— Pero…¿y qué vamos a hacer? ¿Cuando lleguemos a tu casa?
— Diremos que no hemos encontrado ninguno. No es tan extraño. Ellos piensan que soy muy malo cazando dragones porque nunca he conseguido llevar ninguno al poblado. — Dice mientras hace el gesto de las comillas y pone cara de incredulidad. Estoy completamente anonadada, además de guapo es sensible.
— ¿Y por qué lo has cazado esta vez?
— Por ti.
— ¿Cómo?
— Pensé que tú deseabas eso y solo quería hacerte feliz. — y me regala una de sus sonrisas mientras sigue ahí plantado frente a la puerta de aquel asqueroso baño.

Ya no puedo hacer otra cosa que abrir la puerta y salir por fin. Él da un paso al frente y coloca sus manos junto a las mías arropando al animal. Quedándonos unos segundos en silencio observando al pequeño dragoncito.

— ¿Pero habrá que comprar algo? Para la cena, digo.
— ¿Eh?...Si claro, compraremos verduras y cereales para hacer un cuscús. Sin carne.
— Y una rosa del desierto
— ¿Qué?
— Les llevamos una rosa del desierto. A tu familia. A modo de disculpa.
— Esta bien, lo que tú quieras.

Y allí mismo, con el pequeño dragón entre nosotros, me dio nuestro primer beso. Y yo deslicé mi pierna hacia atrás, dejando el pie al aire. Igual sí que iba a ser amor después de todo. Del habitual, digo.


Me toca agradecerle a mi príncipe la cesión de algunas de las fotos de este post. Le debo un libro y una rosa. Aunque pensándolo bien, le dedico a él el relato con todo mi amor. 
¡Feliz día de Sant Jordi!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Llegó tu turno!
Aprovecha para hablar, explicar, criticar, dilucidar, elogiar… todos tus comentarios serán bienvenidos y muy agradecidos. Intentaré sacar partido de todos tus apuntes para seguir creciendo y mejorando.
Mil gracias por perder unos segundos en dejar tu opinión.