6 may 2016

LA NONNA

Ha dejado a un lado los lápices que estaba usando para colorear el libro de dibujos que ella le había comprado aquella misma mañana. Sentado sobre sus rodillas con los codos apoyados en la mesa y sus pequeñas manitas a lado y lado de la cara, lleva un rato observándola sin que ella se haya dado cuenta, aparentemente. 

—¿Ya acabaste el dibujo? —dice sin levantar la vista de las puntadas que va haciendo laboriosamente para afianzar el botón.

Echa una mirada fugaz a la página a medio pintar algo avergonzado, coge el color verde y lo acerca dubitativo al papel. Pero antes de seguir con la tarea vuelve a levantar la cabeza para mirarla fijamente de nuevo. 

Ella, sintiendo su mirada escrutadora, apoya finalmente la camisa sobre sus piernas y lo mira por encima de las gafas situadas estratégicamente muy cerca de la punta de la nariz. 

—¿Necesitas algo? 
—No
—¿Qué es lo que te pasa entonces? ¿Se puede saber qué miras con tanto detenimiento?
—A ti. 
—¿Y qué hay de diferente en mi hoy que te tiene tan entretenido?
—Esas rayas….
—¿Rayas?
—Sí —espeta con el dedito apuntándola —, las que tienes en la cara. 

Ella, por inercia, se toca el rostro en busca de las misteriosas rayas. Al pasar la yema de sus dedos por encima de la piel se da cuenta enseguida a que se refiere el pequeño y le es imposible reprimir una sonrisa. 

—¿Esto? —le dice con el índice apoyado sobre la frente. 
Gesto al que niño responde moviendo la cabeza arriba y abajo. 

—Son arrugas.

—¿Y porque tienes arrugas en la cara?
—Porque he vivido muchos años.
—Entonces….¿las arrugas salen cuando te haces viejo?
—Eso es —responde riendo y reanuda su labor al quedar nuevamente los dos en silencio. Aunque el niño, sin dejar de mirarla, le da tregua solo unos segundos.
—Yo no quiero hacerme viejo.
—¿Ah no? ¿Y porque?
—Porque no quiero tener arrugas.

Entonces la mujer suelta una fuerte carcajada.

—Pues me temo …. que ante eso no hay nada que hacer.
—Pero...nonna...las arrugas…¿No se pueden quitar?
—Bueno...hay algunas personas que intentan borrarlas, pero tarde o temprano…aparecen de nuevo.

—Y tu...¿porque no te las quitas?
—¿Y por qué debería hacerlo?
—Porque son feas.

Siente un pequeño estremecimiento ante las rudas palabras del niño pero aun así contesta con ternura
—Pues a mí me gustan. No me las quiero quitar porque me resultan muy bonitas y además…. están llenas de recuerdos.
—¿Recuerdos?
—Sí. Verás, ven aquí.

Sin pensarlo ni un segundo salta de la silla y se dirige tan rápido como puede hacía su abuela. Ella lo alza por debajo de los brazos y lo sube a su regazo, donde se acomoda con las piernas abiertas, quedando ambos frente a frente.

—¿Listo?

El niño asiente mirándola muy atento.

—Dame tu dedo. A ver, así... —dice cogiendo su dedito extendido con el que poco a poco recorre uno a uno los pequeños surcos que decoran su rostro al tiempo que relata las historias que hay detrás de todos ellos.
—Mira. Estos pliegues de aquí. Los que atraviesan mi frente de lado a lado. Aparecen cuando uno se sorprende. 
 Cuando tu mama nos dijo tú estabas dentro de su vientre, puse esta cara — fuerza un gesto de asombro —. ¿Lo ves? Después la he repetido muchas veces. Cuando por fin te arrancaste a gatear, y luego al dar tus primeros pasitos. 


O cuando me dijiste Nonna por primera vez. Aquel día mi fascinación fue tan grande que creo que estas dos arruguitas de aquí aparecieron en aquel mismo instante.



Estas otras, las de en medio de los ojos, son de preocupación. Cada vez que te pones malito, o te haces daño, yo sufro porque no quiero que nada malo te pase —. Va diciendo mientras el niño la mira asombrado siguiendo cada uno de sus ademanes.

—Las que me salen al lado de los ojos. Estas. Se llaman patas de gallo. !Y son las mejores!
—¿Ah sí?

—Sí. Porque nos las dan las sonrisas. Yo desde el momento en que naciste yo no he dejado de hacerlo ni un solo día.

Aunque en realidad a mí, las que más me gustan son estas líneas pequeñitas que me rodean los labios. 

Me encantan porque son las arrugas de besar. Me han salido tantas porque no me canso de darte besos, millones de besos. Así —dice cubriéndolo de cortos besos y amorosas carantoñas.

—¿Y estas de aquí? — anuncia tocando con el índice de ambas manos los surcos verticales que le recorren las mejillas a lado y lado de los labios.


—¡Ui sí! Casi se me olvidan las más divertidas. Se forman por reír a carcajadas, mira, mira como a ti también te salen — dice mientras el niño se destornilla de la risa retorciéndose divertido intentando zafarse de las cosquillas que le hace su abuela. 

Cuando por fin recupera el aliento entrecortado por la profundas carcajadas, da un suspiro y se queda muy serio mirando a su abuela.

—Nonna.
—Dime cielo.
—He pensado…
—¿Si?
—Que me gustan mucho tus arrugas. No quiero que te las quites —. Y coloca las manitas sobre sus mejillas, recibiendo un cálido beso en la frente a cambio — ¡Mira! ¡Te salió otra!


Hace poco fue el día de la madre, así que esta historia va dedicada a todas aquellas mujeres que un día decidieron dejar de ser únicamente ellas mismas para convertirse en mamas.

Y muy especialmente a mi mami en el día de su cumple, porque la quiero con locura, y a la que espero poder hacer abuela, algún día.  

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