24 mar 2016

INSTANTES FUGACES

¿Habéis visto pasar un avión mientras ibais montados en otro? Yo si. Es algo muy rápido, como una estrella fugaz, casi ni te da tiempo a darte cuenta que está pasando, cuando ¡Voila!, desaparece. 
Es curioso, porque tienes la sensación de que únicamente es el otro avión el que se desplaza, cuando,obviamente, tú también estás en movimiento. Y en el sentido contrario, con lo cual, la rapidez en la que todo sucede es naturalmente producida al cincuenta por ciento por cada uno de los aparatos. 



A pesar de que nosotros, al estar sentados dentro de nuestro avión, en una forma simplista y basada únicamente en la visión estática que proporciona la comodidad de nuestro asiento, podríamos achacar erróneamente el cien por cien de la culpabilidad del desplazamiento al otro. 

Cuando vemos un avión pasar desde tierra firme, en un día soleado con un cielo intenso azul celeste, la estela que deja es una luminosa linea blanca. Cuando el avión se cruzó en el mismo cielo intenso azul celeste mientras yo viajaba tranquilamente sentada, la estela fue negra. Y perduró dibujada en el horizonte un largo rato antes de que finalmente se fuera diluyendo hasta desaparecer como si nada hubiera ocurrido. 

Y eso es exactamente lo que pasó. Apareció de repente para huir casi sin que me diese tiempo prácticamente a reaccionar, y desapareció, fugaz, dejando una estela negra a su paso que permaneció en el horizonte mucho tiempo, quizás demasiado, y que, lentamente, está empezando a borrarse de mi cielo intenso azul celeste.

Lo vi nada más entrar en el hotel. Estaba acabando de realizar el check-in en el momento en que yo cruzaba la puerta de entrada. Cuando llegué al mostrador ya empezaba a irse por lo que no alcancé a verlo en detalle hasta más tarde, pero algo en él me llamó la atención. Era alto y por el abultado de la chaqueta podría intuirse que se trataba de un chico robusto. Llevaba el pelo recogido en un pequeño moño en la parte alta de la cabeza y una abundante barba color fuego le cubría la parte inferior del rostro. Era pelirrojo, quizás fue eso lo que llamó mi atención. 

Al llegar a mi habitación todavía era temprano. Hasta el día siguiente no teníamos reuniones y me pareció patético encerrarme en el dormitorio a las siete de la tarde. Así que a pesar de no tener demasiadas ganas de estar sola me obligué a bajar al bar a hacer tiempo hasta que fuera la hora de cenar. 

Me senté en una de las mesas acompañada de un libro y una copa de vino blanco, e intenté disfrutar de la tranquila soledad que me brindaba estar lejos de Javier y los niños. Hacía tiempo que el día a día no me permitía el lujo de dedicarme un tiempo a solas. Mientras el camarero servía la segunda copa me quedé embobada mirando las fotografías de la exposición temporal que decoraba el establecimiento. 




Resultaban turbadoras, por su forma de observar desde la inmovilidad del papel.

—¿Especiales no? —oí una voz tras de mi. 
—¿Cómo?
—Por la cara que pones parece que no te gustan demasiado —. Mis muecas de contrariedad mudaron al asombro al descubrir que era el chico pelirrojo el que me hablaba. 
—No, no es eso…, es que…
—No te preocupes. Hace un minuto yo pensaba lo mismo. Parece que te observan —. No pude más que sonreír y agachar la mirada tras su comentario. Al volverla a levantar ya no estaba allí, había seguido andando y se sentó en la barra a unos tres o cuatro metros de donde yo estaba quedando de costado. 

Intenté seguir leyendo, pero me fue imposible. Cada dos palabras, mis ojos se levantaban del papel para mirarlo de reojo por encima de la página. No era extremadamente guapo, no obstante, tenía un no sé qué, un qué sé yo, magnético, hipnótico. Por su aspecto parecía joven, pero vestía un traje gris, con tirantes y pajarita de color ocre. El conjunto resultaba muy atrevido para ser demasiado mayor, sin embargo las pequeñas patas de gallo que se intuían resiguiendo sus ojos denotaban que, al menos, había sobrepasado la treintena.

Antes de que yo acabara mi copa él ya se había ido, no sin antes regalarme una intensa mirada, acompañada de un golpe de cabeza y una increíble sonrisa como despedida. 

Desee verlo nuevamente durante la cena. Estuve mirando constantemente la puerta esperando ingenua que apareciera en cualquier momento, pero no lo hizo. Pedí incluso un té para alargar algo más la sobremesa pero aún así no apareció. ¡Que estúpida!, ni siquiera se porque o para que deseaba que llegara. Probablemente no me hubiera atrevido siquiera a hablarle. Como mucho le hubiese sonreído y bajado inmediatamente la mirada avergonzada. La decepción fue la única que me acompañó al dormitorio aquella noche. Bueno, eso y la imperiosa imaginación del subconsciente que me regaló un sueño no apto para menores con él de protagonista. Me pareció tan real que al despertar no pude más que sentirme culpable. Al fin y al cabo yo estaba felizmente casada, o eso creía. 






Me duché, me vestí y me arreglé, quizás algo más de lo que solía hacerlo para una reunión de trabajo, y bajé a desayunar. 

A las ocho y cuarenta, diez minutos más tarde de lo que debería para asegurar no llegar tarde a la primera reunión, salí del hotel. Sin haberle visto, y le olvidé, al menos durante las siguientes horas. 

Tras todo el día de reunión en reunión, llegué al hotel destrozada. Sólo tenía ganas de subir a la habitación, quitarme los zapatos y tumbarme en la cama a hacer el vago. Dentro del ascensor observé mi reflejo en el espejo. Las ojeras me llegaban a los pies, tenía el pelo alborotado y la camisa arrugada. Daba pena de verme. Mientras hacía muecas frente al espejo, de nuevo su voz tras de mi: 

— Estás muy graciosa. 
Me giré tan rápido como pude e intenté adecentarme el pelo pasando la mano por encima. 
— Espero no haberte ofendido. Me refería a graciosa de simpática. Me gustan las personas capaces de reírse de sí mismas. Me resultan…. interesantes… y atractivas.
Noté como la cara me empezaba a arder. 
— Y ese tono rosado en tus mejillas…. es como para volverse loco. 
— Gra, gra, gracias — «idiota, idiota di algo más.» 
— Es un placer— dijo a la vez que descendía del ascensor andando hacía atrás sin dejar de mirarme —. He oído que en el restaurante hacen un salmón increíble —. Y la puerta del ascensor se cerró.

¿Que había sido eso? ¿Una invitación? Era evidente que le gustaba, ¿o no? Tal vez sólo estaba jugando. ¿Coqueteaba? Dios, hacía tanto tiempo que no me pasaba algo así que no sabía que debía hacer. A partir de ese momento cada rincón del hotel se convirtió en un espacio de incertidumbre y reflexión. Una disyuntiva que balanceaba mi mente vacilante entre el bien y el mal. 





Nada más salir del ascensor un divertido cuadro de tarjetas adornaba la pared gritándome. “ Me gusta y no puedo mentir”. “Algo estúpido como…. ¿Acostarme con él?” “Todo lo que necesitas es….¿echar una cana al aire?” “Te diré lo que necesito, lo que realmente, realmente necesito” “Odio….estar casada...mucho ahora mismo” “¿Puedo?..... ¡SI, PUEDES!”




Al llegar a la habitación la instalación de las luces sobre la cama se dibujaba ante mi como unos enormes cuernos adornando la cabeza de un arce. Sí, frente a mí tenía una horripilante cornamenta iluminada que evocaba la pobre figura de Javier. 




En la ducha los dibujos en los botes de jabón me hicieron sentir sublimemente sexy y asquerosamente sucia al mismo tiempo, mientras frotaba mi cuerpo preparándolo inconscientemente para sucumbir ante una pasión hasta ahora desconocida, o más bien, olvidada. 


Me encontraba envuelta en una espiral de dudas irracionales bombeando insistentes mis sienes, mi pecho y mis genitales. 



Llevaba mucho tiempo sintiéndome enjaulada. Encerrada en una bonita prisión que ahora descubría, ingenua, que siempre había tenido la puerta abierta.


Estaba al borde del precipicio, dispuesta a lanzarme al vacío, sin red, ni cuerdas de protección. 



En la entrada del restaurante, una hilarante imagen de entretenimiento banal me acabó dando el último empujón.


Antes de cruzar el umbral ya había decidido volver mi mundo del revés. 

Y ahí estaba él, sentado en una mesa para dos. Sin titubear ni un segundo me dirigí hacía allí y me senté.

— Espero no arrepentirme de esto —. balbuceé mientras él llenaba mi copa de vino. 
Me miró fijamente con esos ojos color verde llenos de lujuria y dijo: 
— Quizás lo hagas. Pero será algo que jamás querrás olvidar. 

Cenamos, y bebimos. Más bien bebí, bebí mucho. Aunque la conciencia me impide usarlo como excusa. Había decidido mucho antes de empezar a beber lo que iba a pasar. 

Salimos del restaurante con él abrazado a mi cintura por detrás, su cuerpo pegado a mi espalda, tropezaron varias veces al chocar nuestros propios pies, y cada trompicón conllevaba una carcajada. Una sonrisa atravesaba mi rostro con cada uno de sus susurros al oído. Nos besamos por primera vez en el ascensor, y seguimos haciéndolo mientras intentaba abrir con torpeza la puerta de mi habitación. Hicimos el amor. Varias veces. Durante horas. Horas felices que pasaron tan fugaces como aquel avión. Y me quedé dormida entre sus brazos, recostada sobre aquel pecho intentando contar los millones de pecas que adornaban su pálido cuerpo. 

Al despertar por la mañana había desaparecido. La bruma que nublaba mi cabeza y el no encontrar ningún rastro de su presencia me hicieron dudar de si había sido nuevamente un sueño. Pero no lo era, claro que no. Y entonces apareció la estela negra llamada a la que llaman remordimiento. 







Aún era muy temprano, justo el cielo había empezado a teñirse del rojo que anunciaba el alba. 

Encarnado el horizonte me recordaba que aquel mismo día debía regresar a casa. Pero ya nada volvería a ser lo mismo, mi cielo intenso azul celeste estaba ahora teñido de negro.


"Nuevamente debo agradecer a la fantástica Annita Barbany haberme cedido alguna de sus fotos. Y no sólo eso, si no hacerme el favor de hacerlas bajo suplica repentina sin pedir nada a cambio. " 

6 comentarios:

  1. La que cede sus fotos sin pedir nada a cambio24/3/16 16:38

    Jajaja em pixo!
    Tinc unes ganes de tornar a Àmsterdam per veure si em trobo amb aquest tros d'home... <3

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  2. Haig de confessar la meva #rinconesinfinitosaddiction.

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  3. Pelirrojo? En serio? Con pecas en su pesho? Bah! Sobrevalorado! Ah! Y : "Y entonces apareció la estela negra llamada a la que llaman remordimiento."

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  4. ....veo que lo has pillado...lo de la estela digo! ;)

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