2 abr 2017

PROTECTOR

La había visto crecer. De hecho, era conocedor de su llegada mucho antes de su nacimiento. 

Se percató en el mismo instante en el que advirtió la incipiente barriguita que su mamá lucía orgullosa bajo aquel vestido ajustado. 

Y lo confirmó al observar por la ventana cómo arreglaban con esmero su habitación; y al asistir paciente al desfile de familiares y amigos que entraban al portal cargados de algún regalo envuelto en alegres papeles de color infantil. Ha de reconocer que hubo un tiempo en que le resultó molesta. Él, tan acostumbrado al dulce canto de los pajarillos, quedó abrumado al ser este desterrado al olvido por culpa de aquel inconstante berrido hambriento de teta y atención. Pero todo su enfado fue relegado en el preciso instante en que la vio sonreír por primera vez. 

Aquella sonrisa inocente era capaz de borrar cualquier mal del alma, de hacerte olvidar cualquier improperio o desazón. 

Adoraba su vocecilla repitiendo la lección aprendida en el colegio, o como apoyaba sus delicados brazos sobre su tronco mientras jugaba al escondite, e incluso el tacto de sus manitas al arrancarle algunas hojas para verlas luego volar desde el balcón. ¡Cuántas veces había movido sus largas ramas para darle sombra en los días más intensos de calor! Desde su posición había podido escuchar sin ser visto los primeros secretos susurrados al oído a alguna de sus más fieles confidentes. Y había sido también, testigo privilegiado de aquel primer beso robado bajo la luz de la farola que iluminaba el portal. 

¡Se la veía tan feliz! 

Pero ahora, el destino le obligaba a presenciar aquel momento desgarrador. La vio llegar a la azotea. Tras permanecer unos minutos con la mirada perdida en el horizonte, el viento enredándole el cabello y amargas lágrimas arrasando sus mejillas, pasó primero una pierna sobre la barandilla y después la otra, quedando su cuerpo en precario equilibrio, apoyados sus pies sobre el alfeizar y sus manos sobre el barandal. Solo le hacía falta un suspiro pero acabar, para perder para siempre aquella sonrisa suya. La contemplaba atónito repleto de impotencia y desasosiego. No podía permitirlo. Nada podía ser tan importante para acabar así, allí, ni de aquella forma. Aquel no era su momento. 
Mientras elucubraba una forma de sacarla de allí, vio como adelantaba el cuerpo lentamente quedando los brazos extendidos hacia atrás y la cabeza colgando de su tierno cuello. Solo unos segundos antes de que al fin se soltaran sus manos, él, en un acto inconsciente de desespero, desprendió la más grande de sus ramas que se precipitó al vacío. Durante el recorrido de aquel enorme palo hacia el suelo, no dejó de mirarla ni un momento. Observó cómo se estremecía su cuerpo al ver la rama caer, vio satisfecho cómo sus piernas retornaban una a una a la zona segura de la azotea, contempló cómo corría hacía la puerta de la escalera, y unos minutos más tarde la vio salir a la calle para atender a una pobre anciana que sufría una crisis de ansiedad provocada, sin duda alguna, por la posibilidad de haber sido asesinada por aquel trozo infame de árbol. 

Suspiró aliviado al contemplar que los daños finalmente solo habían sido materiales, un par de vehículos destrozados y el banco que descansaba vacío en la acera, gracias a dios, hecho añicos. 

Fue más tarde, al ver llegar todos aquellos coches de policía, las ambulancias y hasta la prensa, cuando se dio cuenta de que acababa de firmar su sentencia de muerte. Solo unos días tardó en hacer presencia el operario del ayuntamiento que acabó sin pesar alguno con su extensa vida de contemplación. 

Desde entonces, lo único que le consuela, es la imagen de su sonrisa sentada en su tocón


Hoy toca prestar atención a aquellas personas que nos vigilan, nos miman e intentan con todo su ahínco cuidarnos y darnos todo lo mejor. A pesar de que a veces no entendamos la razón de sus actos, estoy segura, de que todo lo hacen por nuestro bien, y así lo demuestran. 

Se lo dedico a mi padre en el día de su cumpleaños, y a todos aquellos papás que tratan de hacer lo que sea por la felicidad de sus hijos. No olvidéis decirles que les queréis.

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