14 sept 2015

ENTRE LAS ROCAS

Hacia una día extraño, de tiempo quiero decir. 
Nubes negras en el horizonte amenazaban lluvia, pero el hecho de que algunos rayos de sol se escaparan alegremente de entre la oscuridad nos animó a coger la barca de todas formas. 

No era la primera vez que salíamos ante la perspectiva de una tormenta y acabábamos disfrutando de un hermoso día de sol. El mar estaba completamente llano y no había demasiado viento así que a lo único a lo que nos arriesgábamos era a acabar completamente calados. Sin pensarlo dos veces, cogimos los bártulos, con alguna toalla de más, por si las moscas, y salimos.

Treinta minutos más tarde llegábamos a una pequeña cala en la que había solamente un par de barcas. Eso era lo bueno de aquellos días, el tiempo inestable hacía desistir a mucha gente de navegar dejando el mar prácticamente desierto. Por eso a nosotros nos gustaban precisamente esos momentos, no podías disfrutar de un sol radiante pero si de la soledad y la tranquilidad que esta te brinda. Era casi como disponer de una playa privada.


Lanzamos el ancla medio escondidos detrás de unas rocas. 

Apagamos por fin el motor silenciando ese ruido monótono de cafetera averiada y dejando paso solamente al bellísimo gorgoteo de las olas chocando contra la orilla.

Era la hora de comer, solíamos partir tarde, si, durante las vacaciones a nadie le gusta madrugar, y quien diga lo contrario, miente. Montamos una mesita improvisada, unas patatas chips, dos bocadillos y unas cervezas y nos dispusimos a disfrutar de la situación. El marco era incomparable, de un lado la inmensidad de aquel mar al que el gris de las nubes daba un tono azul verdoso hipnótico, al otro una pequeña cala presidida por un muro de roca salpicada de vegetación entre la que se encontraban semi-ocultas no más de tres privilegiadas mansiones.

Tras comer tranquilamente era hora de relajarse un poco más. La lluvia seguía dándonos tregua. No hacía sol pero la temperatura era más que agradable.
Era el momento ideal para tumbarse a leer un rato. 

Me encanta acostarme sobre el banquito acolchado por la funda de hamaca con la cabeza apoyada sobre una de las defensas y sacar una pierna por el lateral de la barca, de tal manera que los dedos del pie rocen en vaivén el agua fría del mar según el sinuoso movimiento de la embarcación sobre las olas. Rubén se tumbó en el banco del otro lado de la barca, con el cuerpo en el mismo sentido en el que el mío se encontraba de tal forma que alargando el brazo lograba pasarme suavemente los dedos entre los cabellos acariciándome tenuemente el cuero cabelludo. Felicidad absoluta.
Desconozco cuanto rato había transcurrido cuando las pequeñas gotitas de lluvia cayendo sobre mi cuerpo semidesnudo, mis mejillas y mi frente lograron despertarme. 

Empezaba a sentir frío. El cielo encapotado evitaba la posibilidad de poder ni tan siquiera deducir, según la caída del sol, cuanto tiempo había pasado dormida. Miré a mí alrededor. El resto de embarcaciones debía hacer rato que se habían ido porque nos encontrábamos completamente solos ante la inmensidad del mar.

Rubén seguía sin enterase de que había empezado a llover. Me incorporé y justo cuando mis dedos iban a rozar su espalda se escuchó un ruido.
Algo había caído al mar más o menos tras las rocas dónde nos encontrábamos parapetados. 

Él también lo oyó. Se incorporó mirándome extrañado y los dos nos giramos a la vez para ver que podía haber sido aquello.

Tras las rocas había alguien. Alguien que yacía de cara al agua con los brazos semi-extendidos en cruz y a quien el mar empezaba a tragarse lentamente sin que se opusiera resistencia alguna. Sin pensarlo dos veces Rubén saltó de la barca mientras yo seguía petrificada observando cómo se hundía. Cuando él se encontraba muy cerca del cuerpo del que únicamente asomaba ya la coronilla, no sé si por intuición, por coincidencia, por desidia del destino, suerte o profunda desgracia, dirigí la mirada hacía las rocas, hacia el lugar desde dónde aquel pobre desgraciado debía haber caído. Entre los arboles había una pequeña sombra que se movía ligera por el sendero huyendo en dirección contraria al mar. Soy miope, las distancias no son mi fuerte. Entrecerré los ojos para alcanzar a verle mejor. Se detuvo un instante, se giró y dirigió su mirada hacia nosotros, se puso una mano en la frente, se volvió a girar y se fue desplazándose aún más rápido.

- ¡Blanca, Blanca! - Los gritos desesperados de Rubén me obligaron a devolverle la mirada.
- ¡No puedo sacarle, pesa demasiado! ¡Se hunde! ¡Se hunde! ¡Ayúdame! ¡Trae hacia aquí la barca! ¡Rápido!

Arranqué la barca, saqué el ancla y di la vuelta a las rocas tan rápido como aquel motor martilleante me lo permitió, pero ya era demasiado tarde. Desde la superficie no alcanzábamos a ver el fondo, y aquella zona era demasiado profunda cómo para intentar bucear hasta alcanzarlo. 

- ! Hay que llamar a los guardacostas, o a la policía! ¡Rápido! ¡Coge el móvil! - mientras él acababa de gritar yo ya estaba escuchando los tonos del teléfono de emergencias. 
El cielo se había oscurecido aún más y seguía lloviendo pequeñas gotitas lenta pero insistentemente. 

Sentados en la barca cubiertos por las toallas mojadas por la lluvia observamos mudos como los servicios de emergencias buscaban entre las rocas. Un agente nos custodiaba de pie en la proa de la embarcación.

- ¡Hemos encontrado algo! - Gritó una policía desde una de las zodiacs de emergencia.

Unos veinte minutos más tarde, conseguían sacar el cuerpo del agua, con la ayuda de los motores de al menos dos de las lanchas.

Rubén y yo nos pusimos en pie al mismo tiempo, alcanzando a ver a un hombre de unos 50 años de edad. Vestía ropa clara y tenía los pies atados con una especie de saco y cuerdas a su alrededor. 

- ¿Qué demonios lleva en los pies? - susurró Rubén a mi lado.
- Son pesos - espetó el policía de forma automática
- ¿Pesos? ... por eso no pude subirle...
- Dios - me abalance sobre el borde de la barca apoyando las manos en el canto y vomité en el mar.
- Blanca, ¿estás bien? ya está, ya pasó - decía Rubén con una mano en mi espalda y la otra acariciándome la cabeza. 

Mirando fijamente los peces que se arremolinaban alegres alrededor del vómito, me di cuenta de algo, a aquel hombre al que había visto correr hacía el bosque no le había sido posible vernos desde el filo del acantilado dónde tiró el cuerpo, pero después....cuando se giró mirando en nuestra dirección, ¿había visto la barca?, ¿podría saber quiénes éramos? Porqué, lo que si estaba claro es que él, era un asesino. 
La barca avanzaba lentamente camino al puerto en medio de una oscuridad casi total. 

La lluvia se había intensificado y las salpicaduras de las olas lograban empapar los rincones de mi cuerpo a los que las gotas caídas del cielo no alcanzaban.

El pelo empapado se me pegaba en las mejillas y creaba pequeñas cascadas de agua que caían sobre mis hombros desnudos al deslizarse la toalla a través de mi espalda sin que tan siquiera me hubiese dado cuenta. Con la mirada fija en el horizonte sin alcanzar a ver nada no dejaba de pensar en todo lo que había pasado y que debía hacer con lo que sabía.

Nos dirigíamos directos hacía la comisaría escoltados por tres zodiacs de los servicios de emergencia, una de las cuales trasladaba un cadáver, por lo que era más que evidente que aquella noche tendríamos que contestar muchas preguntas. Ese hombre me había visto, nos había visto, si era capaz de matar a alguien tirándolo al mar con pesos atados a los pies sería capaz de encontrarnos y quizás probar de hacernos lo mismo, o algo aún peor. Y si no decía nada.... quizás la policía era suficientemente capaz de encontrarlo sin mi ayuda, total, tampoco le había visto bien, estaba lejos y mi descripción no podría ser demasiado precisa. Pero y si no contaba nada, y no lo cogían, ese tío iba a estar suelto y nadie me garantizaba tampoco que aunque yo no lo delatara, él no quisiera sacarse de en medio posibles testigos, en ningún caso es inteligente dejar cabos sueltos. Y además, si lo cogían sin mi ayuda, probablemente él pensaría que yo había hablado, y en ese caso, era indiferente hacerlo o no…

- Blanca, cariño, hemos llegado, hay que bajar - la dulce voz Rubén cortó mi reflexión. Me ayudó a bajar de la barca, cubrió mis hombros primero con la toalla y después con sus fuertes brazos, y recorrimos el camino hasta la comisaría en silencio. 

Unos meses más tarde aparecía una pequeña noticia en el apartado de sucesos del diario con el siguiente titular: 
"Detenido el asesino del acantilado".

Tras leer las últimas letras del artículo, apoyé la espalda en el respaldo de la silla y di un largo trago a mi café con leche satisfecha. El inspector García, me había dicho unos días antes, durante una conversación telefónica, que mi declaración había sido imprescindible para la identificación y final detención de aquel personaje, al que por cierto, buscaban en varios puntos del estado por delitos similares. Como ya debéis intuir, finalmente decidí contar a la policía todo lo que había visto, sin omitir detalle alguno, mi ética como ciudadana me lo exigía, aquel tío merecía que lo cogieran y por lo que me dijo el inspector iba a pasar muchos años entre rejas, lo que obviamente brindaba tranquilidad a la satisfacción que en ese momento ya sentía.

Llegábamos a casa después de pasar un día espléndido “caleando” la costa de Calella de Palafrugell con nuestra mini patera. Habían transcurrido ya casi tres años desde que finalmente aquel individuo fue condenado a veinte años de prisión. Tras la puerta principal un papel doblado por la mitad nos esperaba descansando sobre el suelo de color marrón. Rubén se agachó a cogerlo indiferente. La palidez de su cara al girarse a mirarme me sobresaltó. El papel temblaba abierto en su mano, sobre el blanco relucían grandes letras negras escritas a mano.
"Tres semanas más, e iré a por vosotros."

3 comentarios:

  1. Volem segona part!!! (Et passes el dia vomitant...)

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    1. Jajajajaja....cert... tinc como una mena de fixació amb aquest tema, igual m'ho hauré de fer mirar! :P

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